Si alguien tiene las narices de rodar una película que transcurra por completo en un ataúd, o le sale una película buena y triunfa, o un bodrio tan infame que le mandaran a la tumba a pedradas. Al Cortés pero valiente realizador le ha salido tan bien la jugada que ha hecho la que hasta ahora, y a falta de otros estrenos, es la película más potente del año del cine español: Buried (Enterrado).
Este film de suspense recuerda a las arriesgadas propuestas de Hitchcock del tipo voy a rodar una película que transcurra en una sola habitación con una ventana (La ventana indiscreta), en prácticamente un único plano secuencia aunque tenga truco (La soga), en una balsa (Náufragos), etc.
El espectador lo llega a pasar mal con el angustioso trago que pasa el protagonista, Ryan Reynolds, un hombre encerrado en ataúd, que tiene la mala suerte de no ser un maestro del kárate, como Uma Thurman en Kill Bill, y que haya caído en una película realista en la que no se puede uno autodesenterrar a porrazo limpio. En el ataúd sólo encuentra un zippo, un móvil a medio gastar y un cuchillo. ¡Con todo eso McGyver habría conseguido montarse una tuneladora!
Tiene un poderoso arranque la cinta que sitúa muy bien al espectador en lo que va a ver. Espero que no le pase a nadie lo que a mí, que entraba en la sala de proyección justo cuando se apagaron todas las luces y echó a andar la película. Se queda la pantalla completamente a oscuras y entonces escuchas unos ruidos misteriosos y espeluznantes. Yo no veía ni torta y no se sabe muy bien si está pasando alguien a tu lado o qué ocurre.
Esto le sirve al director para hacer que te identifiques con el protagonista, aunque para mí fue horrible, porque tuve que permanecer sin moverme un rato hasta que a Ryan Reynolds le da por encender el mechero, y con la escasa luz que da, vislumbré entre las penumbras un asiento. No, por suerte no me senté encima de ninguna persona bajita.
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