Dicen los entendidos que la casa está maldita desde que Ronald DeFeo, un chico de 23 años, mató dentro a tiros a sus padres y a sus cuatro hermanos el 13 de noviembre de 1974. Un año después la familia Lutz compró lo que parecía una auténtica ganga, porque el precio era bastante módico y nadie les había contado la pequeña anécdota acontecida en su interior. Poco después, los Lutz fueron testigos de todo tipo de fenómenos extraños: ruidos, ventanas que se abrían solas, etc.
Al parecer han puesto hasta un anuncio en el periódico:
"Zona residencial de Amytiville: 6 dormitorios, estilo colonial holandés, espacioso cuarto de estar, magnífico comedor, atrio cerrado, 3-1/2 baños, sótano completo, garaje para dos coches, piscina de agua caliente y amplia caseta para botes".
El único 'problemilla' es el precio. Al parecer, cuesta 1.150.000 dólares. Se me sale del presupuesto. ¡Por ese precio ya puede vivir en el sótano el Conde Drácula!
Por lo demás, me 'encantaría' vivir en una casa encantada. Todos los días mis desayunos son un poco monótonos, porque no pasa nada. La única emoción de mi vida es que se me haya acabado la leche. Sería más divertido tener un Poltergeist, que moviera los muebles, o que viniera de vez en cuándo algún indio a preguntar si era allí donde estaba su antiguo cementerio.
Para no hablar del dinerillo que me iba a sacar con las visitas organizadas, o permitiendo la entrada de cámaras televisivas, pues a cambio de una módica cantidad, les dejo que hagan hasta un Gran Hermano pero con muertos que salgan del suelo cuando los concursantes pisen en el lugar equivocado (sería una buena forma de darle un poco de gracia a un programa tan soso).
Lo mejor de una casa encantada es que no hace falta limpiarla. ¡Una mansión del terror no sería lo mismo sin telarañas y murciélagos!
Además, me libraría por fin de mis incómodos vecinos que me persiguen. No voy a negar que a veces, una casa encantada puede tener sus inconvenientes. Por ejemplo, no debe ser nada agradable afeitarse mientras en el espejo contemplas como te desollas la cara. Pero lo podré sobrellevar.
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