En El extraño caso de Angélica, Isaac, un fotógrafo, es contratado para hacerle unas instantáneas a una joven que acaba de morir y que mantiene intacta toda su belleza. Cuando le hace las fotos, descubre que en una de ellas la difunta ha abierto los ojos y le dedica una sonrisa. ¡Para helarte los pelos de la nuca! Además, Isaac se enamora de la dama muerta, y ésta se le aparece en sueños. La misma historia podría dar lugar a una excelente cinta de Tim Burton, por ejemplo, que también podría rodar sobre la eterna juventud de Oliveira.
No es mi objetivo hacerme el sesudo y presumir de ir a ver las películas de Oliveira, que por lo general me parecen 'durillas'. Recuerdo la recomendación efusiva del crítico José María Aresté -sí, el del blog de Hildy-, que un día me dijo que no me perdiera Una película hablada. Yo pensé que a este hombre, cuyas recomendaciones son siempre excelentes, en aquella ocasión "se le había ido la pinza". Pero aún así por si acaso me fui al cine (con poca fe) para comprobarlo por mí mismo. Resultó que contra todo pronóstico ¡tenía razón! Era una película fresca y rompedora, llena de ideas, que desde luego no parecía rodada por un hombre centenario.
Normalmente el tipo es bastante denso. Por eso agradezco la sincera opinión del crítico de Vanity Fair, que asistió a la proyección de El extraño caso de Angélica, en Cannes. Éste asegura literalmente que se echó una siesta en mitad de la película. "Esto es humillante de admitir, porque me considero un cinéfilo, pero no pude permanecer despierto. Tengo excusas, porque tenía jet-lag desde el vuelo de la noche anterior, la proyección era a una hora temprana, la sala estaba oscura, el asiento era confortable, ni la cámara ni los personajes se movían mucho, y encima tenía una banda sonora compuesta por temas de Chopin, y música para piano...", comenta el crítico.
Ha levantado alguna ampolla, porque dice que no entiende cómo algunos colegas franceses aclaman una cinta en la que resulta complicado mantener los ojos abiertos. A las productoras de las películas les horroriza la idea de que sus películas duerman a los críticos, pues es mala señal. A ver quién paga luego ocho euros, cuando puede quedarse en la cama.
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