Me comenta mi amigo Raúl Rolo, que Auster viene a firmar sus obras a Madrid el 23-F. Uno tiene la tentación de ir a verle, sobre todo para decirle un par de verdades acerca de estos añitos que lleva evadiéndose de sí mismo... La verdad es que tengo una enorme curiosidad acerca de qué me contestaría.
Sí, amigos, yo voy a cometer el sacrilegio de parodiar a Paul Auster. Sé que se trata de un acto reprobable, y que me van a dar la del pulpo, pero me siento con derecho a hacerlo, ya que estoy tan enganchado a sus libros que tengo la sensación de que vive de los 20 euros que le donamos cada año, yo y otros pazguatos como yo. Y sí, efectivamente, no sé que tienen sus obras que a pesar de lo que le critico, sigo inyectándomelas en vena.
"La ciudad de la azarosa soledad", por Paul Auster
1
Tú te pones a firmar tus obras mientras reflexionas sobre la suerte que tienes, pues contra más cortos son tus libros más extensa es la fila de seguidores que se forma. Inmediatamente reparas en aquel perturbador individuo con pinta de bloguero de poca monta que tiene la mirada fija en ti, como si llevara mucho tiempo esperando aquel encuentro, y estuviera dispuesto a aprovecharlo a fondo.
Quizás pudiera esconder algún cuchillo entre sus ropas, aunque lo único que distingues es un ejemplar de tu última creación -por algún extraño motivo que se te escapa evitas referirte a ella como 'novela'- que sobresale por uno de los bolsillos de su abrigo barato. Tras veinte minutos de tópicos halagos y de recuerdos para Siri y para Sophie, le llega el turno sin que haya dejado de observarte como si se hubiera olvidado hasta de parpadear.
2
Igual nada de esto fue real. No importa si todo pudo ser diferente o si todo estaba predeterminado. Lo importante es la historia misma y que nunca había estado tan asustado en una comparecencia pública. Aquel tipejo se puso a mi lado pero no me tendió el libro para que se lo firmara como era lo habitual, sino que me señaló con el dedo. Habló a gran volumen, para asegurarse de que la gente de alrededor le escuchara.
-Hola, amigo, ¿Es usted Paul Auster? -me preguntó en un tono colérico.
-¿Quién? -le respondí.
-No lo entiende, es una cuestión de vida o muerte. ¿Es usted el hombre que se hace llamar Paul Auster?
-No, en realidad no -era un error muy común, aunque yo estaba tan intrigado que decidí poner las cartas sobre la mesa a ver si le sacaba alguna respuesta- . La verdad es que yo escribía novelas de misterio, pero un día vino un editor y me pagó por hacerme pasar por Paul Auster. Me lo jugué a cara o cruz y me salió que aceptara el encargo, así que desde entonces vivo feliz imaginando que soy el tal Paul Auster.
-¿Y cuál es su verdadero nombre? -me sorprendió tanto la pregunta que no supe qué contestar.
Me llevé la mano a la cartera. En cuanto la abrí me di cuenta de que contenía un taco de carnets de identidad con diferentes nombres, aunque todos llevaban mi fotografía. En un breve lapsus de tiempo, decidí barajarlos todos, como si fueran naipes, y escoger uno. Leí el nombre elegido en voz alta.
-Juan Luis Sánchez. En realidad, mi verdadero nombre es Juan Luis Sánchez.
-Vaya, entonces no me sirve usted de nada -me dijo aquel señor, antes de darse media vuelta y perderse entre los numerosos presentes que me hacían fotos con el móvil. Me dejó tan intrigado que durante unos momentos me abstraje en mis propios pensamientos. ¿Qué debía hacer?
Temeroso de que pudiera perderle de vista, me levanté súbitamente dejando plantada a una señora que me decía que quería que le firmara tres ejemplares para sus nietos. Tenía que alcanzarle, así que también ignoré a otro de los presentes, entusiasmado porque según sus propias palabras llevaba años soñando con verme en persona a mí, que había escrito "La carretera", su libro favorito. "¿Adónde va ese yanqui pesado? ¿No le habrá surgido la urgencia de rodar otra de sus peliculitas?", gritaba mi editor mientras el auditorio dejaba escapar un murmullo reprobatorio hacia mi súbito plantón.
3
El escritor abandonó corriendo la sección donde tenía lugar el encuentro con sus lectores. Pasó a toda velocidad por la sección de ropa interior adyacente y por la de oportunidades pero le había perdido de vista. En cuanto se dio cuenta, atravesó la puerta de la calle y estaba en el exterior.
Lo que pasó entonces no tenía explicación. Pensó que era un espejismo. Pero no, allí había dos individuos absolutamente iguales al que perseguía. Ambos tenían idénticos rasgos y el mismo metabolismo, e incluso iban vestidos de la misma forma. Cada uno llevaba un libro en el bolsillo, pero caminaban en direcciones distintas. Decidió que la elección que tomase sería fruto del azar. Como no había forma de estar seguro se decantó por el que tenía a su izquierda.
El que eligió caminaba lentamente, como si no tuviera prisa por llegar a un sitio determinado. El ritmo de aquel desconcertante hombre no era un problema para Juan Luis Sánchez, pues le gustaba pasear, así que disfrutó del trayecto por el centro de Madrid, donde hacía una temperatura siberiana más gélida incluso que la de su querido Nueva York. Al final, el espiado se metió dentro de un hotel, por lo que Juan Luis Sánchez decidió esperar fuera, durante un rato, a ver si volvía a salir. Como no regresaba, tomó la determinación de que al día siguiente estaría haciendo guardia desde la primera hora. Le seguiría un día y otro hasta que se resolviera el misterio...
Dedicado humildemente con admiración-decepción, y amor-odio al gran-insignificante Paul Auster.
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