miércoles, 7 de septiembre de 2011

Vacaciones en Viena

Se acabaron mis vacaciones de este año, en Viena, aunque me quedaré siempre con el recuerdo de un lugar que tenía mucha ilusión de visitar y no me ha decepcionado en absoluto. Fui a ver sobre todo las pinturas de Gustav Klimt, aunque tengo que decir que he quedado fascinado por la obra de Egon Schiele. A los amantes del terror y las emociones fuertes, habituales lectores de este blog, que visiten la capital de Austria les recomendaría visitar el Narrenturm, un edificio circular muy curioso integrado en el campus universitario que en tiempos era un hospital psiquiátrico.

En Viena cuando un político “se pasa tres pueblos”, dicen de él que debería estar “ingresado en el Narrenturm”. En España más de uno merecería ser encerrado en semejante lugar. En la actualidad, en su interior se encuentra el museo anatómico-patológico, lleno de rarezas médicas que dan bastante mal rollo. Este museo de los horrores no es ni mucho menos apto para paladares sensibles. Por desgracia unos vigilantes que no me quitaban ojo de encima me impidieron hacer fotos, pues está rigurosamente prohibido. Tras ver la sección de hígados de alcohólicos no sé si volveré a tomarme una copia en mi vida.

El reloj de cuco

No me resistí a ir a ver la noria de la foto, que los buenos cinéfilos reconocerán al momento. Aunque data de finales del XIX, aún sigue funcionando, y desde lo alto se pueden apreciar unas vistas estupendas de la ciudad. Cuando estaba en lo alto, no pude reprimir el impulso de soltarle a la chica que estaba enfrente el discurso de una de las mejores defensas de un personaje moralmente deleznable que se hayan hecho jamás en el cine:

“Y no seas tan pesimista. Al fin y al cabo, no es tan horrible. Tú sabes lo que ha dicho ese individuo: En Italia, durante treinta años, bajo los Borgia, hubo guerras, terror, asesinatos y derramamiento de sangre... pero eso produjo a Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza tuvieron amor fraternal, quinientos años de democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? ¡El reloj de cuco!”

La chica se quedó estupefacta, y entonces me di cuenta de que era austriaca, o sea que no había entendido ni una sola palabra. ¡Pobre! El caso es que ese discurso –que se inventó Orson Welles, el actor que lo pronunciaba, y no Graham Greene, el guionista– es tan memorable que casi convence a los espectadores de que se pasen al bando del malo.

Y eso que al parecer el dato final es erróneo, pero da igual. “Cuando se estrenó la película”, le dijo Welles a Peter Bogdanovich en el libro que este último escribió sobre él, “los suizos, muy amablemente, me hicieron saber que ellos no inventaron el reloj de cuco. Este tipo de relojes procede de la Selva Negra, en Baviera”. 

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