jueves, 22 de julio de 2010

Mi periplo en Cracovia

Las vacaciones veraniegas me han llevado hasta la tierra de uno de los escritores actuales de género fantástico que mejor conocen y aprecian los aficionados, Andrzej Sapkowski, creador de la hilarante saga de Geralt de Rivia, o sea que he acabado en Polonia. Este país encandila al visitante y deja huella. Su cultura subyuga, es un lugar verde de frondosa vegetación, ofrece mucho que ver, se come mucho y muy bien, y sobre todo, sin duda, está lleno de gente buena y entrañable.

Es también un lugar lleno de antiguas leyendas que podrían dar lugar a grandes películas, como la sirena con la que te puedes fotografiar en Varsovia, o el dragón que según la tradición habitaba en el Wawel, la colina donde se encuentran dos joyas de Cracovia, el Castillo Real y la Catedral. En esta última han enterrado junto a los héroes legendarios de la historia polaca a Lech Kaczynski, el presidente recientemente fallecido en accidente aéreo en Rusia. Este asunto tiene un poco indignados estos días a los polacos, pues por mucho que quisieran a su presidente, queda un poco extraño. Por poner un poner, es como si falleciera Zapatero de repente y le enterraran en el Escorial, con Felipe II y Fernando VII. Sería un poco singular.

He llegado a Cracovia con ocasión de la boda de mi primo, que se ha casado con una polaca. El enlace ha durado dos días en los que se come, se baila, se vuelve a comer, y luego más baile y más comida hasta las tantas de la madrugada. A la salida de la iglesia se les echa a los novios 'zlotys' (la moneda local), y ellos tienen que recogerlos todos. El cónyuge que recoja una mayor cantidad tendrá que encargarse de dirigir la economía familiar.

También he tenido la ocasión de pasear por el barrio judío, donde transcurrían varias secuencias de la película La lista de Schindler, y de visitar el tristemente célebre campo de exterminio de Auschwitz, de gran valor histórico. Aproveché para hacerme una foto bajo la puerta con el célebre e irónico lema que veían los prisioneros al entrar: "El trabajo os hará libres".


Lo único malo es que he llegado en plena oleada de calor sin precedentes por los países del Este. Me acusan incluso de haberme llevado conmigo el sol de España. Como no están acostumbrados a nada parecido, no tienen aire acondicionado en ningún sitio, y encima parece que es habitual servirte los refrescos sin hielo -concepto que no conocen mucho-. Sólo sirven muy fría la cerveza y el vodka, por lo que al final acabas con una melopea de caballo.

Por último me gustaría comentar que no le digáis a un taxista algo así como: "pare detrás de esa curva". Se asustan y se echan las manos a la cabeza. Me contó un taxista muy divertido que la palabra española 'curva' suena igual que el vocablo polaco 'kurva', que significa 'prostituta'.

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