Siempre he sido muy enrollado, de modo que si alguien me pregunta
sobre algún tema que está de moda, sonrío y le guiño el ojo, para que
quede clara mi mentalidad abierta y tope guay. Hasta ahora, si estaba en
una fiesta y una chica me preguntaba qué me parece el arte urbano, no
dudaba en asegurarle que me encantaba que se tomen las calles como forma
de expresión artística, y que no me cabía duda de que más que un arte
es un estilo de vida.
Pero resulta que paso muchas veces por el
santuario de los graffiteros de Madrid, en la madrileña calle de la
Estrella, pues el local en cuestión está en un sitio bien conocido por
el friquismo madrileño, entre dos librerías especializadas en comics,
Elektra y Atlántica. Y descubro que venden todo tipo de sprays y
pinturas para que se manifiesten los que viven “bajo otras formas de
expresión, con otros conceptos que la sociedad oprime”, reza su web.
Aseguran
ellos mismos que no venden cualquier cosa. “Eso que usamos es lo que
ponemos en las manos de nuestros clientes". Y también que están en el
local donde antes se situaba una mítica tienda que ”reagrupo a mucha
gente de la ciuda,en torno ha este pequeño local“. La cita es literal,
se ve que o bien el nombre del sitio, que viene a significar
‘escritores’, tiene un toque de ironía, o el arte urbano pide que se
escriba con autenticidad, como los auténticos marginales del Bronx, que
no tenían tiempo para ir al instituto porque tenían que escapar de la
policía.
Y en fin, me fascinaba todo esto, ya digo, hasta que el
otro día ‘friqueando’ por la zona descubro que han puesto en la puerta
un cartel que advierte a sus clientes que no ‘pinturreen’ por los
alrededores del establecimiento. Pero bueno... ¡se me ha caído un mito y
una forma de manifestación artística! ¡Esto es terrible!
Porque
vamos a ver, ¿somos guays o no? No me valen las medias tintas... O sea,
nada de que las pintadas son lo máximo, arte urbano y todo eso, pero
siempre que se realicen en otro lado, lejos de aquí, no vengan los
vecinos a cantarme los cuarenta porque les han arruinado el portal o la
tienda, porque me voy a sentir mal, como si tuvieran algo de razón
cuando me griten que soy un poco ‘bastardete’.
No he querido
preguntar a qué se debe la colocación del cartel, porque me temo lo
peor. Una vez pregunté en un portal porqué habían puesto “por favor, no
tirar las bolsas de la basura desde la ventana”, y efectivamente, como
sospechaba, lo habían colocado por algo.
Pero cuanto menos me ha
llamado mucho la atención. ¿Se imaginan ustedes una tienda de armas que
pidiera a sus compradores que por favor no matasen a nadie dentro? Me
recuerda al día en el que la estanquera de mi barrio me advirtió que no
entrara fumando porque no quería convertirse en fumadora pasiva, y morir
de cáncer. Pues tenía razón, pero me chocó un poco. Si se está en el
ajo, se está en el ajo... O sea que si me pintan mi tienda, pues tengo
que sonreír, ¡es arte urbano, tíos! ¡Debería ser guay!
Total, que
me he desencantado y ahora veo el asunto desde otras perspectivas.
Aunque reconozco que he encontrado pinturas muy chulas, la mayoría de
las veces me parecen rayajos pseudoreivindicativos horrendos. Me siento
identificado con el personaje de un cómic de Mauro Entrialgo
que decía “cuando yo era pequeño, también había ‘graffiteros’, lo que
pasa es que por aquel entonces los llamábamos gamberros”. Y también
confieso, aún a riesgo de dejar de parecer guay, que me escamaría un
poco si me encuentro a un señor que me está decorando la casa, por mucho
que resulte ser Miguel Ángel que hubiera venido a recrearme la Capilla
Sixtina.
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